Estaba el otro día fantaseando en la terraza, en esa que tengo arriba en la buhardilla. Una terraza con vistas a los Monegros, al Castillo, y a la Ermita. En esa que da el solecito por la mañana y que ahora en primavera es una maravilla. Estaba, como digo, pensando en mis cosas (más bien no pensando mucho) y de repente me di cuenta de que no necesitaba nada más para sentirme bien.

Había desayunado, había descansado bien, no me dolía nada, no tenía nada importante o vital que resolver; nada que pudiese alterar mi paz. En ese momento me di cuenta de que ya lo tenía todo para ser feliz. No estaba en un resort o de vacaciones por Europa. No estaba disfrutando del sol en la playa que tanto me gusta. No estaba en una mansión con piscina de esas de portada de revista. No estaba en ningún otro sitio especial. No necesitaba estar en ningún otro sitio y tenía todo lo que en ese momento podía necesitar: sol en la cara, el estómago lleno y una calma interior solo alterada por los cantos de los pájaros que visitan mi jardín habitualmente.
En ese momento estaba, como digo, fantaseando un poco con el futuro. Un futuro más bien cercano y donde aparecía algún que otro pequeño objetivo personal. En ese instante surgió esa sensación. No necesitaba nada del futuro para sentirme tan bien como estaba en ese momento. Es algo que cuanto más pasan los años más a menudo me ocurre. Lo siento como esa paz interior que nace de dentro cuando sientes que el camino ha sido duro pero que ha merecido la pena. Ese sentimiento, como todos, es efímero pero es lo suficientemente potente como para que recurra a él en los momentos malos.
Esto nos lleva a reflexionar alto y claro sobre nuestras expectativas en la vida. En ocasiones creemos que si no tenemos esto o aquello; o si no conseguimos este objetivo o el otro, no vamos a poder ser plenamente felices o sentirnos realizados. Solo cuando trabajamos en nuestra percepción de éxito nos damos cuenta de que eso es solo una cortina de humo. Las necesidades que nos creamos son las mismas que nos llevan a ese estado de inquietud que tapa la realidad auténtica; la felicidad intrínseca de no necesitar nada más que unos rayos de sol, quizá un café y saber que todo está bien; y si no lo está, solo manteniendo la serenidad y conociendo lo que más importa (tú) podremos hacer frente a lo que surja con determinación y tranquilidad.
Porque fantasear con lo que queremos conseguir no es malo, todo lo contrario, nos hace mantener la motivación para continuar cada día. El problema es la obsesión desmedida y la creación de necesidades sin control; y no solo eso, sino hacer que estas nos dicten como debemos sentirnos. Un ejemplo claro es la percepción de que un mejor coche o una casa en la playa nos va a permitir ser más felices. Claro que tener un buen coche o una casa en la playa o en la montaña es algo que nos puede hacer felices pero la diferencia es que no nos puede hacer infelices no tenerlos. Ese es el mayor problema. Debemos aspirar a ser y no a tener, esa es la verdadera riqueza.
Bastaron unos minutos al sol disfrutando de mi mismo para comprender que no necesitaba nada más. Ese día me di cuenta de que ya lo tengo todo.
Un abrazo.
Carlos.
REFLEXIONAR
«Cuanta más energía psíquica invertimos en metas materiales y cuanto más improbables lleguen a ser las metas, más difíciles es convertirla en realidad ».
— Mihaly Csikszentmihalyi en Fluir.
POR SI TE LO PERDISTE
MICRO-HÁBITO DE LA SEMANA
Compromete a dedicar al menos un minuto al día a tomar el sol. Que te de el sol en la cara. Nada más.
PARA ESCUCHAR
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El Metodo Slow es una publicación sencilla para leer tranquilamente. Está escrita desde mi cabeza y mi corazón para aportar valor a tu vida. Son pequeñas píldoras semanales sobre todo lo que he aprendido y lo que he sigo aprendiendo para lograr una vida mejor. Un complemento a lo que escribo en el blog para que lo consumas con calma. Quiero que te aporte valor. Pequeños conceptos pero muy valiosos. Además, he seleccionado cuidadosamente los recursos que te propondré teniendo en cuenta la calidad y el grado de valor. No me gusta perder el tiempo con cosas que no aportan nada.
Cero ruido.
Menos es más.