Desde el mismo día en que nacemos y empezamos nuestro camino en la vida, somos sometidos a comparación. Si nos parecemos más a nuestra madre o a nuestro padre; si dormimos más o menos que nuestro hermano pequeño; si tenemos los ojos como nuestra abuela, etc. Este es solo el principio de una vida llena de constante comparación. A veces ,será una simple anécdota pero otras veces pueden determinar nuestra forma de pensar y de sentir en ciertos momentos.

Nunca es suficiente
Comparamos nuestro coche, nuestros ingresos, nuestros cuerpos y nuestras emociones. Comparamos estilos de vida y niveles de felicidad. Nos comparamos para validarnos; nos hacemos pequeños en función de con quién nos comparamos, y sólo a través de esta comparación juzgamos nuestra vida como buena o mala. Estamos esperando que cambien nuestras circunstancias para acercarnos a esa vida idealizada y esta nunca llega. Y nunca llegará porque no es nuestra, es la de los demás. Se trata de una forma silenciosa de sufrimiento. Creemos que el otro es mejor que nosotros.
En demasiadas ocasiones nos vemos haciendo cosas que no nos gustan o que no hemos elegido; sólo por inercia, por seguir la tendencia o por imitación. No nos paramos a pensar si es lo que realmente queremos hacer y nos dejamos llevar por lo que deberíamos ser: más delgados, más exitosos, con más dinero… y no por lo que realmente queremos ser.
La comparación social
Podemos utilizar la comparación con los demás de una manera que nos paralice, es decir, viendo a los demás como inalcanzables, o que nos motive, es decir, utilizando lo que ha conseguido esa persona para impulsarnos a conseguir ese mismo objetivo. La diferencia entre ambas es clara: te hace crecer o que te hace involucionar. Un ejemplo de esta comparación positiva son unos colegas que consiguieron establecer el hábito de entrenar varios días a la semana para conseguir correr una carrera de diez kilómetros sin haber corrido nunca antes. Lo lograron, entre otras cosas, gracias a la comparación positiva. Se retroalimentaban unos con otros y todos consiguieron su objetivo.
Leon Festinger, en 1954, propuso dos tipos de comparación en su teoría de la comparación social:
La comparación ascendente. Cuando nos comparamos con personas mejores que nosotros puede motivarnos y ayudarnos a mejorar pero también nos puede provocar sentimientos de inferioridad o envidia.
La comparación descendente. Cuando nos comparamos con personas que están peor que nosotros puede hacernos sentir mejor temporalmente pero puede alimentar la soberbia o crear una falsa se sensación de seguridad.
Según esta teoría, las personas tenemos una necesidad innata de evaluarnos a nosotras mismas y esto lo logramos mediante la comparación con los demás. Tendemos a usar a otros como referencia para ver si lo estamos haciendo bien o mal. Es algo que vemos a todas horas y en todos los contextos. Necesitamos validarnos para tener esa seguridad de que vamos por buen camino.
Vidas perfectas (que no lo son tanto)
La comparación social llega a su pico máximo con la llegada, el desarrollo y la total implantación en la sociedad de las redes sociales. Disponemos de la herramienta perfecta para enseñarle al mundo cómo somos, lo que hacemos, lo bien que vivimos, o lo que tenemos. Mostramos nuestras vidas perfectas a los demás, obviando el resto. No enseñamos lo malo sino lo bueno. Esto crea una distorsión de la realidad que en las personas más vulnerables sabemos que puede llegar a ser frustrante por la constante comparación de esas vidas con las de uno mismo. Esa vara de medir nuestras vidas comparándola con la de ese o esa influencer, amiga o vecino de turno solo hace más que agrandar esa frustración por no ser cómo él o ella.
Ese es el mayor problema: vivimos por comparación con los demás cuando debería ser todo lo contrario, vivir por comparación con lo que éramos nosotros ayer para poder mejorar. El problema se agranda en personas jóvenes que aún no han desarrollado completamente ese pensamiento crítico para saber diferenciar lo que es real y lo que no. Esto les puede llevar a desarrollar una serie de trastornos vitales que habrá que tratar.
Las redes son el exponente máximo de esta comparación pero esto ocurre en todos los ámbitos de la vida como en el trabajo o en reuniones con colegas. Comparamos hasta nuestro nivel de estrés o nuestra felicidad cuando son emociones incomparables al ser fugaces y supeditadas a un momento en concreto.
Auto-comparación
A veces la comparación no es frente a otros sino con la versión más idealizada de nosotros mismos. Con un yo ideal que nunca llega y que nos castiga constantemente. Este yo es un yo ficticio que siempre va a ser mejor que nosotros y al que nunca vamos a dar caza. Por eso no debemos caer en el auto engaño de comparar nuestro estado actual con nuestro yo futuro. Lo mas sensato es trabajar nuestro yo presente para intentar lograr ese yo futuro.
Un ejercicio para eliminar la necesidad de comparación
La comparación es inevitable. Necesitamos saber por donde vamos, si lo estamos haciendo bien o mal. Surge del deseo de crecer pero también de la necesidad de conseguir el éxito. Uno de las ejercicios más potentes para lograr eliminar o, al menos disminuir esa necesidad es trabajar la gratitud.
Se consciente de todo lo que tienes, en el sentido más espiritual o físico mas que en el material reducirá esa necesidad de buscar afuera lo que te falta dentro de tí. Porque en la mayoría de las ocasiones no nos falta nada. Por eso la gratitud es tan importante. Quizá sea uno de los ejercicios mas difíciles de llevar a cabo cuando trabajamos nuestro alto rendimiento personal.
El diario de gratitud
Cada día, o al levantarte o al acostarte. Anota tres cosas por las que estás agradecido. Si no quieres hacerlo diariamente, una vez a la semana también puede darte una buena perspectiva.
Coge una libreta, (siempre mejor en papel) o las notas de tu móvil y crea un espacio que diga diario de gratitud.
Cada vez que vayas a anotarlo, anota el día y la hora.
Si ha ocurrido algo relevante durante el día o la semana anterior anótalo brevemente.
Ahora anota tres cosas por las que te sientes agradecido.
De vez en cuando repasa la lista y verás cuantas cosas merecen la pena en tu vida.
Dejarás de sentir la necesidad de compararte con nada ni con nadie. Ya lo tienes todo.
Debemos desprendernos de esa necesidad constante de auto-validación en función de los demás. Debemos ser capaces de auto-evaluarnos en función de lo que sentimos por nosotros mismos porque nuestra felicidad no depende de lo que tenga, haga o cómo se sientan los demás. Nuestra valía como persona dependerá de cómo nos sintamos nosotros mismos en función de nuestros propios valores, unos valores que vamos creando poco a poco y que pueden modificarse a lo largo de la vida. Debemos huir de la comparación constante ya que en realidad la comparación con la vida de los demás no es equitativa. Las vivencias de cada individuo son diferentes y con ello nuestros objetivos vitales cambian y no pueden ser comparados con nada. Son tuyos y solo tuyos.
Un abrazo,
Carlos.
REFLEXIONAR
«La única forma de conseguir la vida que queremos es trabajar frente a lo que sentimos y no frente a la vida de los demás».
POR SI TE LO PERDISTE
Y si quieres leer las ediciones anteriores puedes hacerlo descargándote la app aquí.
El Metodo Slow es una ‘newsletter’ sencilla para leer tranquilamente. Está escrita desde mi cabeza y mi corazón para aportar valor a tu vida. Son pequeñas píldoras semanales sobre todo lo que he aprendido y lo que he sigo aprendiendo para lograr una vida mejor. Un complemento a lo que escribo en el blog para que lo consumas con calma. Quiero que te aporte valor. Pequeños conceptos pero muy valiosos. Además, he seleccionado cuidadosamente los recursos que te propondré teniendo en cuenta la calidad y el grado de valor. No me gusta perder el tiempo con cosas que no aportan nada.
Cero ruido.
Menos es más.